Mensaje de Pascua

del Patriarca KIRIL de Moscú y toda Rusia

a los obispos, pastores, diáconos, monjes y monjas

y a todos fieles hijos de la Iglesia Ortodoxa Rusa

 

Mirad cuánto nos ama el Padre,

que se nos llama hijos de Dios

(1 Juan 3, 1)

 

¡Excelentísimos obispos, honorables presbíteros y diáconos,

monjes y monjas que quieren a Dios, queridos hermanos y hermanas!

 

¡CRISTO HA RESUCITADO!

 

Con estas palabras alegres y vivificantes os saludo cordialmente a todos vosotros, queridos míos, y os felicito por la grande fiesta salvadora de Pascua.

La fiesta de las fiestas, solemnidad de las solemnidades, así llama la Iglesia este santo día por boca de uno de los maestros universales, San Gregorio el Teólogo. Y en éste consiste un profundo significado espiritual, porque “Pascua es tan superior a todas las celebraciones, no sólo humanas y terrenales, pero incluso las de Cristo y las que se realizan para Cristo, como el sol supera a las estrellas” (Homilía 45. Para la Santa Pascua). En la gloriosa Resurrección del Señor Jesucristo que se ha convertido en el evento más importante de la historia de la salvación de la raza humana, consiste el significado más profundo y la esencia de nuestra fe, el núcleo y la fuerza poderosa del mensaje cristiano para el mundo. Todos nuestros sermones de estos días se ajustan sólo en dos palabras. “¡Cristo ha Resucitado! Una vez dicho esto, ¿qué puedo decir más? ¡Es total!”, exclama San Filaret, Metropolita de Moscú (Homilía para el día de la Santa Pascua, 18 de abril de 1826).

La historia de la humanidad después de la caída de Adán es la de una lucha continua entre el bien y el mal. Desobedecido al Creador, la gente hizo entrar el pecado en su vida y en el mundo, y junto con él, el sufrimiento y la enfermedad, la decadencia y la muerte. Pero, lo que es más importante, el pecado separó la gente de Dios, quien no había hecho mal y está ajeno a toda maldad. Ninguno de los hombre píos no fue capaz de superar esta división trágica, este gran abismo espiritual, ya que es imposible lograrlo sólo con la fuerza humana. Y por lo tanto, como dice San Gregorio el Teólogo, “hemos tenido necesidad de Dios encarnado y mortificado para volvernos a la vida” (Homilía 45. Para la Santa Pascua).

En otras palabras, la Resurrección de Cristo ha sido el avance hacia la eternidad, por el cual fueron superadas las limitaciones humanas y fue calmada la sed de la unión con Dios. La Pascua es una celebración del amor infinito del Creador a la gente, ya que “tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16).

¿Pero qué significa celebrar la Pascua en el mundo, agobiado por el dolor y el sufrimiento, cansado ​​de guerras y conflictos, lleno de odio y malicia? ¿Qué significa cantar por la muerte la muerte hollando, y a los que están en las tumbas la vida dando”, cuando la muerte sigue siendo conclusión obvia de la vida terrenal de cada uno de nosotros? Por supuesto, la Pascua no niega la presencia real de la muerte en el Universo, pero actualmente el dolor y la tragedia de la existencia terrenal humana se superan por el Señor Jesús Resucitado, quien nos da a sus discípulos y seguidores la esperanza inquebrantable de la vida eterna. A partir de ahora, para nosotros, los cristianos, la muerte no es separación, sino el encuentro gozoso y la reunificación esperada con Dios.

Cristo, el primer fruto de la cosecha (1 Corintios 15, 20), nos ha mostrado la única manera de vencer el pecado y la muerte. Este es el camino del amor. Y estamos llamados a dar testimonio al mundo sobre el amor. Y estamos llamados a dar testimonio, en primer lugar, con el ejemplo de nuestra propia vida, porque si os amáis los unos a los otros, todo el mundo conocerá que sois mis discípulos (Juan 13, 35).

El amor que, según San Pablo Apóstol, es el perfecto lazo de unión (Colosenses 3, 14), es la más alta y la mayor de las virtudes cristianas. Con la transición a la eternidad, cuando seamos dignos de contemplar al propio Señor, nuestra fe se convierte en el conocimiento, y la esperanza de la salvación, por la gracia de Dios, alcanza la implementación. Sin embargo, el amor nunca dejará de ser (1 Corintios 13, 8) y nunca se va a cambiarse.

Como escribe admirablemente San Ignati (Bryanchanínov), la perfección cristiana consiste en el amor perfecto al prójimo (Experiencias ascéticas. Sobre el amor al prójimo). ¿Y qué significa el “amor perfecto”? Es un amor que se extiende hasta el a las personas desconocidas, a los detractores e incluso a los enemigos. Es un amor sacrificador que sobrepasa todo entendimiento humano, porque no se ajusta en los marcos de la lógica cotidiana ordinaria. Se puede adquirirlo a través de la hazaña espiritual que atrae la gracia de Dios, que nos da la oportunidad de responder con amor al odio y con el bien por el mal.

Precisamente esta clase de amor manifestó Cristo quien, por nuestra salvación, perduró humillaciones terribles, sufrimientos en la Cruz y la muerte dolorosa. Gracias a su amor victorioso que llena todo con el amor, ha sido aplastado hasta los cimientos el infierno, y para toda la humanidad, por fin, han sido abiertas las puertas del paraíso. En todas las circunstancias de la vida estamos llamados a recordar que, de hecho, las fuerzas del mal son ilusorias y no tan grandes, porque no se pueden comparar con las fuerzas del amor y de la bondad que tienen la fuente definitiva: Dios. Recordemos que la mejor respuesta y el medio eficaz de resistir al pecado y a la mentira es nuestra oración sincera, que emana de las profundidades del corazón, y sobre todo, la oración conjunta que se eleva en el templo durante Oficios Divinos, tanto más la comulgación del Cuerpo y de la Sangre del Salvador en el Sacramento de Eucaristía.

Viviendo ahora una gran alegría de Pascua y contemplando con veneración y temor al Cristo Resucitado de la tumba, el Dador de la vida, compartamos esta noticia salvadora con los prójimos y los lejanos, para que vean el esplendor inefable del amor Divino y junto con nosotros bendigan y glorifiquen el nombre honorable y majestuoso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Que la luz salvadora de la Resurrección de Cristo que sobrepasa todo entendimiento, esplenda de forma continua nuestro camino de vida, iluminándonos y consolándonos, haciéndonos copartícipes y herederos del Reino de los Cielos.

 

Alegraos, queridos míos, porque

¡EN VERDAD RESUCITÓ CRISTO!

/+KIRIL/

PATRIARCA DE MOSCU Y TODA RUSIA

 

         Moscú,

Pascua de Cristo,

         2016


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